Un mundo asfixiado

Los pájaros comienzan a cantar esperanzadores y ajenos a este desastre. Son las seis de la mañana y, dueña de mi insomnio, cierro por fin mis ojos y me dejo volar hasta creer respirar aire nuevo y libre que no haya bañado estas cuatro paredes de cárcel que empezaron siendo una pausa para convertirse en una eternidad. 

Nada tiene que ver este silencio con las sirenas agónicas que piden auxilio cada tarde y ponen de testigo a un mundo asfixiado que ya no sabe cómo debe sentirse. Por desesperación, empiezan los ateos a rezarle a algún dios para que no se rompan más familias y los aplausos sean de una vez porque ya no hay humanos dejando esta vida.

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