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Mostrando entradas de octubre, 2014

«Nunca fuiste Nerón, pero conseguiste incendiar Roma o, al menos, mi Roma.»

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Tu presencia es hogar, cálida como los recuerdos de antaño. Sabes a rutina, a primicia, al encanto que pudo ser una y mil veces, pero no fue. Eres el frío y la niebla de una mañana de Enero, eres el diluvio de una tarde de Abril, eres nostalgia en las interminables madrugadas de invierno. Sientas como un propósito cumplido, como las navidades en familia, como un abrazo ilimitado. Son tus brazos el refugio de una eterna tormenta de pensamientos nocivos contra mi misma, mi chaleco salvavidas en cada embarque hacia un nuevo día. Sois tú y tus pasos agigantados los que habéis agitado suave, dulce y gratamente mi vida. Y así, como las continuas despedidas y bienvenidas han sido bocanadas de aire frío contrapuestas con un calor ardiente, yo te pido que, por favor, no te vayas nunca.

¡Y la vida me dijo a gritos que nunca te tuve y nunca te perdí!

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Y así fue cómo, en cada noche, despedirnos era una manera de reinventar y fingir infinitas bienvenidas. Así fue cómo, poco a poco, fui creyendo en ti, en esa particular manía mía que dejé en el olvido por culpa de quiénes mi hicieron tocar fondo. De este modo comencé a quererte más por cada paso que daba y quizá, por cada noche en que me dijiste ''adiós'' y yo te respondí ''hola''. No sabía que te era tan fácil irte, por la puerta grande, gritando que todo quedó atrás, que las cenizas están esparcidas por donde ambos quisimos estar algún día sin pensar quién más estaría o qué pensarían. Aludiendo lo que algún día no fue pesadilla, reiterando que no fui yo, que es así porque así debía ser y que no hay más futuro porque no le nace pensar que podría haberlo. Buscando una relación causa y efecto entre mis fallos y tus dudas, así como busco el causante de esta ida, aún sabiendo de antemano que no fui yo y que tampoco fueron ellos.