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Mostrando entradas de julio, 2015

(FINAL) Cuarta parte: «Ella no estará».

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Después de que la vida me pusiera en el camino varios errores, dejó paso a uno de los pocos aciertos por los que mereció la pena haberme hundido años atrás. No voy a mentir diciendo que no pensaba en ella cuando los cordones de mi sudadera estaban desnivelados, una de entre tantas cosas, pero había sacado tanto de aquello, había aprendido tanto que, una vez con las lecciones a cuestas, la dejé ir sin temor a que no volviera nunca. Al fin y al cabo, nadie podía negar que yo la había querido como mejor había sabido. Lo que yo no sabía es que ella volvería, aparecería en mi vida rogando un poco de mi atención y paciencia. Ella creyó que yo estaría siempre y, durante unos años de mi vida, yo lo creí también. Sé cuánto le dolió no poder encontrar al que juró que esperaría. Ella nunca se fue porque no me quisiera, ella se fue porque no podía quedarse y por eso es que aguardé con cautela. Por eso fue que yo siempre supe que se iría. Por esto es que hoy escribo, porque mi gran aciert

Tercera parte: «Ella no estará».

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Ella se fue y yo le escribí doce cartas. A día de hoy no sé por qué tantas o tan pocas y por qué en cada una de ellas le quería decir tanto que solo contaba una parte. La estuve esperando. Nadie se imagina cuánto la esperé, aún cuándo mi vida parecía resuelta. Una de las últimas veces que la vi fue uno de los pocos días en los que no la busqué y qué guapa estaba, pero qué bien acompañada. Añoraba su voz y me decidí a realizar un par de llamadas en número oculto. Ella no estaba por la labor de escribirme, ni de llamarme, ni siquiera de dejarse ver un día como por casualidad. Yo soy de los que creen que el azar y las casualidades son meras excusas para los que no quieren hacerse responsables de sus actos.  Lo único que me quedaba era pasar página, terminar capítulo y, por fin, cerrar el libro. 

Segunda parte: «Ella no estará».

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Estaba asustado porque mi destino era dejarla ir, teníamos los días contados con fecha de caducidad incluida y yo lo sabía. ¿Iba a esperarla? Claro que lo haría y ella lo sabría. Mi vida estaría limitada a una cuenta atrás o futura, infinitos segundos aplastando mi esperanza de volver a verla entrando por esa puerta. Lo que ella no suponía era que, alguno de esos días, ya no sería ella, sino yo.

Primera parte: «Ella no estará».

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Me había preguntado mil veces que haría cuando ella decidiera irse, quizá no sentiría nada porque realmente había sido un pasatiempo como muchas otras veces lo habían sido otras mujeres, pero cuando, horas después de que discutiéramos, apareció en la puerta de mi casa con esa cara que pone cuando las cosas no van bien y se lanzó a mi pecho como si yo fuera su saco de boxeo, comprendí que podía y quería salvarla. Ya en el salón, se hizo un hueco en mi cuello y, sin que yo abriera la boca, noté como, poco a poco, sus pulsaciones disminuían hasta dejarla dormida en mis brazos. La contemplé mucho rato mientras le acariciaba la raíz del pelo y juro que me sentí como un marinero que consigue sacar su barco a flote de una gran tormenta en alta mar. Yo la quería, estaba claro, y no quería que se fuera, aunque, por mucho que quisiera retenerla, ella decidiría irse igual.