Frágil y triste

Aquí estoy, dándole rienda suelta a la nostalgia, repitiendo en mi cabeza que solo es un mal día. A pesar de llevar razón, justificaré que esto esté pasando como consecuencia desastrosa de no saber donde está el límite, de no saber cuándo tengo que pararme a mí misma para no hacerme más daño.

A estas alturas del precipicio no sé cómo frenarme, no sé cómo decir adiós, no sé decir que no, no sé dejar de esperarte constantemente en cada uno de los minutos que transcurren desde que me despierto hasta que me quedo durmiendo imaginando que mi vida es otra.

A veces, cuando la tristeza se aferra a mí, trato de consolarnos a las dos. Trato de hacerme entender que el poder cambiar las cosas está en mis manos, pero que en el fondo soy yo la que no quiere porque, si lo hago, desapareces. Y también lo hago yo. 

Y no sé cómo dejar de imaginarme a mí en algún lugar del planeta volviendo a sonreír como aquel día mientras volvía a casa, boca cerrada con muchas cosas que decirte, pero que nunca dije. Por miedo. A que te fueras al descubrir que era frágil y triste. Como ninguna otra. 

He intentado esquivar la bala, pero has traspasado mi pecho. Y te digo, casi en silencio, que lo siento por quererte, que te dejo mi amor debajo de la almohada, ilimitado. 

Y que si vas a olvidarme, me olvides bien. 

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