Cómo no lo supo quien te besó

Estación de Atocha. 10:00 a.m. 

Se besan, se despiden. Ella da dos pasos y se gira para mirarlo, pero él ya no se gira. Ella piensa que, pronto, volverán a verse. Y lo harán, pero de qué manera.

Él tiene el móvil en la mano, escribe un par de mensajes para contarle a sus amigos que se acabó. Ella coge el móvil, llama a su mejor amiga y le pregunta cómo podrá volver a vivir sin verle la boca entre abierta mientras duerme, sin sentir cómo respira mientras sueña y ella no puede dejar de mirar.

Pasan los días y la distancia no solo son kilómetros, la distancia indica ausencia de interés, fin de la historia, dependencia y decepción. 

Y yo la veo, un domingo por la tarde, sentada en un banco con un par de amigas, dejando sus lágrimas caer y diciendo que todo estará bien, pero que hoy no puede dejar de pensar en esas manos rozando su espalda una noche como cualquier otra. Y me estremezco porque la siento triste; está pensando que su naturaleza es destructiva, pero lo que yo le diría es que tiene la revolución en sus pestañas y le basta con parpadear para empezar a construir.

Cómo no lo supo quien te besó. Y cómo lo sé yo.

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