Miedos felices

Un día me encontré con el miedo. Sentí que mi corazón me provocaba el impulso de huir, que un escalofrío recorría mi cuerpo. Así que escapé por una calle estrecha y oscura. Se me olvidaba contar que la calle por no tener, no tenía ni salida. Y que terminé frenada contra un muro,  contra una pared gigante, sin ninguna escapatoria. 

Lo que pasó después es que yo quise ver el final con mis propios ojos y me topé con un rayo de sol, un bulevar lleno de gente, carcajadas de fondo y un par de gatos callejeros. También me vi a mí creciendo de golpe y enfrentándome a lo que algún día me hizo sentir completamente inválida.

Bueno, os hablo de la vida, de que tenía la manía de huir para sentir lástima de mi misma porque no quería darme cuenta de que si te miraba a los ojos y te hacía costumbre dejarías de ser miedo para convertirte en realidad, en una rutina de buenos días, en juegos constantes en los que solo me escondo cuando quiero que me busques. Y que me encuentres.

Entendí que había perdido gran parte del tiempo creyendo que las cosas eran complicadas y que todo el mundo tenía que terminar por hacernos heridas, dejándonos igual de rotos que el primer día que nos vieron tirados en la calle, con la boca entreabierta, los labios secos, la cara mojada y la vista empañada. 

Resultó, entonces, que la persona a la que yo llamaba miedo me miraba como si yo fuera esperanza. Tuve que empezar a creer en que los sueños, a veces, forman parte del 've y consigue lo que mereces'. Comprendiendo, al fin, que, limitándome a vivir lo realmente inevitable, no tendría nada que mereciera la pena contar.

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