Magia

Supongamos que la vida también es eso, mirar la calle desde la ventana y pensar en otro sitio en el que nos gustaría estar, helados de frío y sin importar a qué hora, cuando y por qué, aunque sí con quién. El invierno me provoca eso, muchos paseos de vuelta a casa con la nariz congelada y muchas segundas oportunidades que darle a quien se lo merece y a quien no. Supongo que estoy en el punto de no retorno, ya dentro de la boca del lobo, sin ninguna intención de retroceder un paso a pesar de los hilos que tiran de mi. 


Por favor, apagarle la risa y la voz, dejarle buscarme por donde no me pueda encontrar, dejarle. Dejarle mejor, no os lo llevéis porque eso todavía no puedo soportarlo y dejarle también pensar en mi cómo él me conoce, dejarle decidir y dejarle llorar, permitirme llorar a mi, equivocarme y ser consecuente de las decisiones que estoy tomando, que yo ya he perdido otras veces, que sé cómo va el juego y que, a pesar de todo, no me importa repetir la historia. Decirle al miedo que estoy encantada de verle de nuevo, que me tiemblan las manos y que el corazón me late a toda prisa, que bombea mi sangre fuerte y me hace estar muy tensa, que estoy enamorada de esa intensidad y que la quiero como me quiero a mi, y que, por eso, no voy a hacerme más daño del que puedo permitirme, pero que es mi vida y que, esta vez, me toca a mi hilar el camino, que esta vez seré yo. 

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