Donde habite el barco perdido

''Torres más altas han caído,'' me dijo. Automáticamente yo me fui. No hice las maletas porque allí no había nada que me perteneciese, salí y cerré la puerta como si tras ella se quedaran las fotos distorsionadas que nos hicimos con un móvil viejo cuya cámara estaba rota, las veces en las que nos vimos obligados a disimular y los recuerdos, entre ellos, los sitios cara al público en los que, por una razón u otra, nos sentíamos a salvo. 
Paso a paso, recreé un juego de mi infancia, cuadrados negros y blancos alternándose con forma de suelo. Yo avanzaba e intentaba centrar mi huella en los más oscuros, buscando los trozos de esa torre que yo era, la misma que había caído.
Un huracán destruyó todo cuanto habíamos construido, siendo tú el viento y yo la torre quebrantada. No tenía ninguna garantía, pero tampoco hubiera cambiado el desastre que se había formado por otro nuevo. A mi me gustaba ese apocalipsis, el pensar que se acababa el mundo cuando tu cambiabas el rumbo de la situación. Capitán de un barco sin dirección que terminó naufragando en una isla desierta; ni una pista de donde se encontraba. 
Y así sería, incluso muchos meses después, un corazón pirata en busca un mapa del tesoro con una cruz en rojo y una señal de alerta, ''aquí no, que quema''. Ahí iría yo. 

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