Metáfora: Entre mi vida y mi casa.

Durante este tiempo ausente, me he permitido el lujo, sólo por ver que pasaba, de dejar la puerta entreabierta, con la certeza de que eso conllevaría un sinfín de personas entrando y saliendo de mi casa, moviendo muebles a su antojo, dejando el lavavajillas sin poner, la televisión encendida, la mesa puesta y, lo que es peor, la cama sin hacer. Así se me ocurre representar el huracán de sentimientos que, finalmente, provocó que todo se fuera al traste o, quizá, desde el punto de vista del feliz más ignorante, que todo volviera a ponerse en su lugar. Así fue, una vida, con su respectiva casa, que seguía su curso sin alteraciones, sin ruidos, sin pensar cuál sería la sorpresa al llegar de nuevo a casa, cansada y con ansias de dar lugar al paréntesis diario, el inciso que a todos nos salva un poco. He de decir, que en este transcurso de personas abriendo y cerrando cajones, o bien, heridas, estuvieron las que cuidaron de mis cosas, y de mi, las que se fueron habiendo preferido quedarse, porque no es fácil pasar el invierno sin la manta del sofá o, mejor dicho, sin nadie al lado. Quiero que todos los compañeros que tuve de piso, o de vida, sepan que, aunque alquilaran un piso enfrente de casa, los echo de menos, ya que el silencio es matador cuando te dice a gritos que estás solo.

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