«Ella lloraba por él todos los días hasta que aprendió que no valía para nada, que lo único que conseguía con eso era tener sueño.»

 Aún me pierdo en el mismo camino en el que ayer creía haberme encontrado porque los ojos se me van cada vez que el viento va al lado opuesto al que iba yo, quien sabe si de tu mano o en mala compañía, pues cualquiera supo que no hubo más que despedidas ni que mientras tanto, hubieron miles de sonrisas por las que nunca nadie preguntaría, inconscientes de cómo serían, si llenas de impotencia o tan ruidosas como una carcajada limpia que viajaría con el aire allá a donde éste vaya y prometiendo que jamás terminaría, como el mayor de los ecos o la peor de las ruinas. Lo que nadie se molestó en preguntar es el por qué, nadie se molestó en saber si el impulso era verdadero o nuevamente fue un juego. Nadie quiso saber nada y por el contrario adopté al insomnio a pasar la noche conmigo mientras me ahogaba en un por qué que jamás tendría lugar ni respuesta porque quizá tampoco sería una pregunta cuestionable dentro de lo que cabe, dentro de que ni tú eras tan grande ni yo podría ser nunca más pequeña. Lo curioso es que en un pestañeo de ojos sucedido en un momento de mi vida en el que tú todavía no estabas pudiste venir e irte para siempre, porque si los abrí no recuerdo verte ahí, aún lejano de mi no te noté cerca ni por un poco de inseguridad de tu parte. Maldita sea que piense en cómo te sentiste si apenas hubo un día en el que algo demostraste. Miles de llamadas y una bomba que explotaba en tu contestador cada vez que te llamaba, agonía que sufría en silencio por no poder verte ni traerte ni siquiera despedirte. Quién sabe si todo fue correcto y por ello, la duda abruma lo que muchas noches se ha convertido en una terrible pesadilla que no acabo de creerme, tan eterna como efímera, tan vulnerable como invencible.

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