«¿La próxima vez que la veas volverás a agachar la cabeza cuál valiente cabrón?»

Estaba segura de que dentro de poco tendría que enfrentarme al mayor de mis miedos de hoy en día y quiero que sepáis que he llorado alguna que otra noche por el temor a fracasar de nuevo. Simplemente sabes que algo está destinado a pasar pero no sabes ni cuándo ni cómo será. Realmente me he entrenado todo el verano para llegar a dónde he llegado hoy, aunque para mi sorpresa he superado las expectativas que había creado y he aumentado la confianza que tenía en mi. Ahí estaba él, cabizbajo como siempre, con la mirada perdida y el alma cobarde que tanto le caracteriza. Y sin mejor intención que la de dar a parecer que estaba bien lo he estado sin más, a pesar del pulso de mi corazón y el temblor de todo mi cuerpo destacando mis piernas y esa forzada sonrisa, todo estaba bien. A pesar del dolor o, qué digo, a pesar de nada, porque sinceramente no he sentido nada; me he mantenido fuerte, cómplice de lo que estaba pasando y actuando de la forma más natural en dicha ocasión. Ha sido un momento de tensión, eso no lo pongo en duda, pero ha merecido la pena. Al mismo momento de irme me he sentido aliviada por esa clase de alivio que siempre había querido para mi. Creo que lo mejor de la lucha es el momento de conseguirlo, el momento en el que eres consciente de que pelear duro te ha servido para ser tan fuerte cómo él no es capaz de conocerte. Una vez más tengo algo que contar, algo propio de una chica que saborea la felicidad al mismo tiempo que abandona la tristeza que la ha gobernado durante los meses en los que nadie ha sabido convencerla de que lo que se va para siempre es porque jamás se merecerá tener un lugar. 

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