Hay ciertos días que la vida parece tener un rumbo muy fijo, en cambio, otros días nos levantamos con la sensación de no saber, de no poder continuar por miedo, por no tener idea de qué camino hemos de escoger. A veces la vida te da golpes tan fuertes que sin querer la vista se nubla, y esa idea tan obvia se deshace poco a poco hasta ser un vacío cayendo al abismo. A veces simplemente en cada persona humana se produce una tormenta, la de verano, en la que pronto el sol asoma y la de invierno, aquella fría lluvia que se nos pega a la piel con una sensación de dolor inmensa, profunda. Simplemente hay días de inmensa furia o días de viento, tan pronto como un día abres los ojos y ese mismo viento anima a salir sin flaquear, con fuerza. Ya no sabes que camino escoger, pero sabes que hace tiempo volviste por él.
La vida en calma
Llevo días sin saber quién soy, dónde estoy. Qué hay de esa carrera constante, la ansiedad por respuestas, las alarmas encendidas, los gritos internos, la mente prendida. Llevo días sin querer volver, aunque me costara venir, por el camino me topé con la inevitable, pero gran oportunidad de frenar, pausar, cambiar. De repente la vida en calma, los pasos cortos, ni siquiera enteros, llegar a tiempo, tiempo al tiempo, dejar que las cosas pasen sin forzar que pasen.
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