Parece que es el tiempo el que se adueña de nuestra razón y abandona el corazón lentamente, dejando profundas huellas y creando grandes heridas que no se curan ni con años. Puede que esto sea como un juego en el que se trate de romper una herida cicatrizada continuamente hasta estar muy triste, o quizá no. Quizá el destino de todo esto sea encontrar una persona que si que pueda cicatrizar todas las heridas que han hecho pedazos un corazón o el conjunto que forma una persona entera. A todo esto, me he propuesto cambiar pero sigo cayendo en la misma piedra de siempre, sigo amando aquello por lo que di la vida en su día, sigo queriendo el pasado y temiendo el futuro que nos espera. Y sí, hablo en plural y digo que nos espera, a los dos, porque si el camino nos juntó un día no fue por casualidad, todo sucede por algo y está claro que aquello tuvo una razón y la tendrá siempre quieras o no.
La vida en calma
Llevo días sin saber quién soy, dónde estoy. Qué hay de esa carrera constante, la ansiedad por respuestas, las alarmas encendidas, los gritos internos, la mente prendida. Llevo días sin querer volver, aunque me costara venir, por el camino me topé con la inevitable, pero gran oportunidad de frenar, pausar, cambiar. De repente la vida en calma, los pasos cortos, ni siquiera enteros, llegar a tiempo, tiempo al tiempo, dejar que las cosas pasen sin forzar que pasen.
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