Todo lo que era hielo

La primera vez que te vi no me importó que fuera a ser la última, pero después me derretí en unos brazos que no conocía y sentí paz en un silencio que parecía hogar. La peor parte es que decidí no mirar para otro lado y todo lo que era hielo aquel día fue deshielo, fueron charcos y saliva enredada, anudada, enrevesada, envenenada. Y no fueron sólo besos, tampoco desastre, fue tranquilidad, luz y también final. 

Así es como se atraganta la vida cuando el final tiene una fecha, cuando se puede medir hasta el último segundo, cuando la despedida te llena los ojos de vidrios y eres incapaz de entender por qué. De nuevo, la cuenta atrás se torna por una hacia delante y, en ese salto temporal, se ha marchitado la rosa. Ni sé de qué color era, pero sí quién era yo el día en el que al mirarte a ti, miré todos mis miedos de frente.

Por último, quiero que lo sepas. Que le he dado vueltas, que he centrifugado tanto tu consejo que no sólo lo he intentado, sino que también lo he conseguido. Un poco. Y en todo este trabajo concluyo diciendo que no sé si tú papel era el de poner la vida patas arriba, sembrar mi caos personal, hacer mi corazón más humano, obligarme a reconocerme que no soy la que te he contado, que todo eso era una capa de hierro oxidado que hace ya mucho usé de coraza. 

Que ahora sin ella me siento más libre. También más triste. Pero más cerca de mí. 

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