Apuntar con un revólver a una causa perdida

El chico que llevaba tu perfume no sabía que apuntar con un revólver a una causa perdida es suficiente para matarla. Las excusas se han ahogado en una de las copas que nos bebimos en la barra del último bar abierto y tú te has marchado. Yo salí corriendo tras de ti como si fueras el último bus de vuelta, el único medio para llegar a casa. 

La fragilidad con la que te miro ha roto demasiadas botellas vacías, rasguños por toda mi piel dibujan tus caricias. Es imposible no recordar cómo arañabas hasta las canciones. Te fumabas la vida lentamente, a pleno pulmón. Después salía entrecortada de tu boca y yo te miraba deshacerte de todo. Hasta de mí. 

Resultaba divertido pedirte que echaras el freno y que bajaras la música cada vez que salvabas mi cuerpo del derrumbe y de las ruinas. Tengo que alegar que te prefería tanto como para elegirte mil veces y cambiarte por muchos dieces. A mi vida le debes una explicación. O una tregua en la que no tengas ni que hablar. 

Voy a perderme en la guantera de tu coche, para ver si me encuentras como algún día encontramos razones para reírnos de algún idiota que se quedó mirando sin entender nada. Como tampoco lo entendía yo. 

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