Él sin ti

Te dejaba ir porque, cuando un camino toma dos direcciones diferentes, es inútil decirle a alguien que quiere seguir andando que se quede amarrado al último punto de la historia en la que podrían ser felices. Juntos. 
Y es verdad eso de que todo llega, como lo hace este momento en el que te marchas y me dejas el armario lleno de piezas sueltas que, sin ti, ya no tienen sentido. 
No sé quién fue ese huracán que te cogió de la mano y te guió hasta desaparecer en medio de la nada, creyéndome hacer que había una excusa más que la obvia de que necesitabas huir.  Huir porque tu siempre has sido de arrasar con todo, de romper todo lo que tocas con las manos para, finalmente, coger tus cosas de manera sigilosa y dejar clavada en una chincheta una nota en la que tratas disculparte por ser como eres, imprevisiblemente loca, absurda e idiota. 

Y yo, que lo siento, pero no puedo perdonarte, recojo un par de fotos y las meto en un cajón, creyendo que así tu olor a libertad también se irá o se quedará guardado hasta nuevo aviso. Y, por si acaso, doblo una camiseta vieja con restos de pintalabios marrón y la coloco debajo de mi almohada, por si esta noche te arrepientes y decides quedarte a dormir. Por si al salir decides volver a ser tuya, pero conmigo. 

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