«Nunca fuiste Nerón, pero conseguiste incendiar Roma o, al menos, mi Roma.»
Tu presencia es hogar, cálida como los recuerdos de antaño. Sabes a rutina, a primicia, al encanto que pudo ser una y mil veces, pero no fue. Eres el frío y la niebla de una mañana de Enero, eres el diluvio de una tarde de Abril, eres nostalgia en las interminables madrugadas de invierno. Sientas como un propósito cumplido, como las navidades en familia, como un abrazo ilimitado. Son tus brazos el refugio de una eterna tormenta de pensamientos nocivos contra mi misma, mi chaleco salvavidas en cada embarque hacia un nuevo día. Sois tú y tus pasos agigantados los que habéis agitado suave, dulce y gratamente mi vida. Y así, como las continuas despedidas y bienvenidas han sido bocanadas de aire frío contrapuestas con un calor ardiente, yo te pido que, por favor, no te vayas nunca.