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Mostrando entradas de agosto, 2018

Muchos cafés para olvidarte

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Ahí estás, condenándote a ti y a todos los que tenemos la contradictoria suerte de conocerte. Naufragas por muchas islas dejando sin vida cada metro cuadrado que decides ocupar con tu presencia, preso de tu coraza y de las pocas ganas que tienes de enseñarle al mundo de qué pasado estás hecho. Te muestras invencible a base de que el resto caigamos a medida que tú avanzas. Te veo romper mis sueños y las hojas saturadas de frases que hablan sobre ti.  Pareces huracán y eres peor que la guerra. Te tengo dando vueltas en mi cabeza al estilo de una peonza con la que un niño juega hasta caer rendido. Me siento invisible, imperceptible. Mi ritmo cardíaco estalla y provoca que las madrugadas se eternicen cada vez que se trata de ti. No sé cuántas veces te han querido, ni cuántas veces has sentido que el mejor regalo de alguien serías tú quedándote tres mil segundos más. Respecto a mí... van a hacer falta muchos cafés para olvidarte. 

Una persona a la que salvar

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Estoy acostumbrada a que no te importe si, en vez de naufragar, pierdo el Norte y nunca más encuentro tierra. A veces, deseo hundirme para que vengas a por mí. A veces, me gusta pensar que vendrías si fueras la única persona capaz de rescatarme. Luego me doy cuenta de que el mundo es demasiado grande como para que tú hayas encontrado en mí una persona a la que salvar.  La verdad es que echo de menos a la persona que creí que eras, al valiente héroe que comentan que eres, pero, a estas alturas, no sé si lo mío contigo tiene más de frío o de fragilidad, de sentirme a salvo entre los brazos de una persona que no tuvo que abrazarme para hacerme sentir que seguir con vida entre todo este caos solo era cuestión de actitud. Y de miradas que se cruzan en medio de la nada y se lo dicen todo. Me reinventaba en tu sonrisa, encontrando nuevos motivos por lo que seguir siendo yo. Contigo no existía el miedo a sentir que el mundo caía por su propio peso. Me aferraba a la seguridad que sup

Entender por qué

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Estoy decepcionada contigo. Pero mucho más conmigo.  Después de perder batallas y de dejarme vencer en la guerra no he aprendido cómo lidiar conmigo cuando me atrapas. Hoy me he mirado y he conseguido verme a mí, al otro lado del espejo, valiendo mucho más de lo que me haces sentir cada vez que decides tropezar conmigo hasta hacer que la que caiga sea yo. Tu desprecio se ha clavado en mi pecho, hiriéndome casi de forma irreparable; aniquilándome una vez más.  Al menos ahora sé que lo has estado haciendo... lo de sentarme en el banquillo hasta nuevo aviso, hasta que no tuvieras más opción que dejarme entrar en el terreno de juego a sabiendas de que daría lo mejor de mí, pero que nunca sería suficiente. Tú no buscabas ganar, buscabas que la partida se prolongara sin importarte que no pudiera seguirte el ritmo.  He apostado por ti y he perdido hasta las ganas de seguir intentando entender por qué. Por qué no cumples con tu palabra, por qué no te explicas, por qué huyes, por

Eternamente indispensables

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Estoy en el límite que separa la nostalgia del amor propio, echándome de menos a mí cuando creía ser libre entre tus brazos y la verdadera libertad en la que no recuerdo el tacto de tus ásperas manos arañándome la piel; en donde solo me quiero a mí, solo a mí, sin espacio para nadie que venga pidiendo tiempo de prestado hasta acabar en deuda conmigo. Yo ya siento cómo, el único pedacito de ti que aún se acordaba de mi sonrisa, empieza a buscar nuevas risas que sacar a bailar. Y es tan doloroso como necesario, lo de rellenar el vacío hasta conseguir arreglar lo roto. No sé que será de mi el día en el que me atreva a lidiar con mi soledad, pero tampoco me imagino cómo vas a sentirte tú el día en el que ya nadie escriba sobre ti, ni sobre el lugar poco común de alguno de tus lunares. Yo voy a salir de esta porque no es la primera vez que me destruyen, pero a ti no sé cuántas veces te han pedido que te quedes, cuantas veces te han rogado un último rato de susurros y mordis

Servirnos de ayuda

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Aunque eres más ideas que realidad, siento tu aliento en mi cuello, como si fuera ayer cuando jugábamos a servirnos de ayuda, de salida de emergencia, de desconexión de la rutina. Y me muero de ganas por decirle a la realidad que me azota que, esta vez, es ella la que se estaba equivocando. Porque yo apuesto por ti, aunque no te importe estar rompiéndome un poco. Y apuesto por ti desde el primer día en el que apareciste, vacilante, a salvarme del momento; hasta conseguir rescatarme del desastre, del dolor, del no merecido karma impulsado por el efecto boomerang que venía a devolverme algo que yo jamás haría. Más tarde, le sonreí al karma y pasé a diferenciarlo del malo porque te vi ahí, como si fueras el único tren entre un millón que quisiera coger... como si, por primera vez, lo que me importara más que el destino fuera el viaje.  Y aunque no soy lo suficientemente estúpida como para pensar que volverás, me declaro culpable por pensar que sería suficiente para hacerte

Cómo no lo supo quien te besó

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Estación de Atocha. 10:00 a.m.  Se besan, se despiden. Ella da dos pasos y se gira para mirarlo, pero él ya no se gira. Ella piensa que, pronto, volverán a verse. Y lo harán, pero de qué manera. Él tiene el móvil en la mano, escribe un par de mensajes para contarle a sus amigos que se acabó. Ella coge el móvil, llama a su mejor amiga y le pregunta cómo podrá volver a vivir sin verle la boca entre abierta mientras duerme, sin sentir cómo respira mientras sueña y ella no puede dejar de mirar. Pasan los días y la distancia no solo son kilómetros, la distancia indica ausencia de interés, fin de la historia, dependencia y decepción.  Y yo la veo, un domingo por la tarde, sentada en un banco con un par de amigas, dejando sus lágrimas caer y diciendo que todo estará bien, pero que hoy no puede dejar de pensar en esas manos rozando su espalda una noche como cualquier otra. Y me estremezco porque la siento triste; está pensando que su naturaleza es destructiva, pero lo que yo le

Frágil y triste

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Aquí estoy, dándole rienda suelta a la nostalgia, repitiendo en mi cabeza que solo es un mal día. A pesar de llevar razón, justificaré que esto esté pasando como consecuencia desastrosa de no saber donde está el límite, de no saber cuándo tengo que pararme a mí misma para no hacerme más daño. A estas alturas del precipicio no sé cómo frenarme, no sé cómo decir adiós, no sé decir que no, no sé dejar de esperarte constantemente en cada uno de los minutos que transcurren desde que me despierto hasta que me quedo durmiendo imaginando que mi vida es otra. A veces, cuando la tristeza se aferra a mí, trato de consolarnos a las dos. Trato de hacerme entender que el poder cambiar las cosas está en mis manos, pero que en el fondo soy yo la que no quiere porque, si lo hago, desapareces. Y también lo hago yo.  Y no sé cómo dejar de imaginarme a mí en algún lugar del planeta volviendo a sonreír como aquel día mientras volvía a casa, boca cerrada con muchas cosas que decirte, pero que