Más treguas como tú

Esto es lo que yo me encontré el primer día de mi nueva vida, un montón de ropa tirada por el pasillo y viejas canciones en mi reproductor, muchas nociones de tiempo perdidas y bastantes golpes en las rodillas. Una libreta llena de historias que esperan ser contadas, bolígrafos nuevos que saltan de un lado para otro ansiosos por escribir nuevos logros, también fracasos. Un paso agigantado y mucha prisa, un juego de pies en el que las baldosas blancas no son una opción. El reflejo del sol en mi piel, unos ojos llenos de gracia, una caja de recuerdos reciclada y un montón de papeles firmados. Por todo esto, ¡despierta!, la suerte está en el cajón de la izquierda, junto a las llaves, dice que esta vez prefiere irse contigo.

Otoño para mi significa un golpe de fuerza y un sin fin de propósitos al estilo del año nuevo. Una concesión del tiempo para llorar errores y, más tarde, remendarlos con el frío. Invierno, a pesar de eso, es una monotonía de las que escuecen la vida, esa época del año en la que los detalles importan, pero aún más las personas, una combinación perfecta de ambas para lograr un clímax inolvidable. Tal vez yo, que soy una persona un poco reacia a la rutina, crea que de ésta se obtiene lo más bello y lo mejor valorado de cada año. Al fin y al cabo, sé de sobra que los mayores tesoros llegan de la mano de las peores tormentas y que no hay nada mejor que un tropiezo para saber quién está dispuesto a tenderte la mano.